Para llegar a Golden Bay primero hay que rodear el Abel Tasman National Park. Antes de subir el puerto hacemos una paradita en Marahau para organizar la partida en kayak, allí nos encontramos con la española que conocimos en Kaikura, saludo de rigor y a otra cosa...
Subimos el puerto, hacemos una paradita en unas cuevas donde por lo visto hay fósiles de Moa. Como no vemos a nadie en la entrada de la cueva nos metemos a inspeccionar, encontramos un interruptor, lo pulsamos y la cueva se inunda de luz. Bajamos unos cuarenta metros pero al minuto escuchamos tras nuestras espaldas a una mujer vociferando improperios. La dueña de la cueva en cuestión, claro. Ponemos cara de guiri que no entiende ni papa de inglés y nos vamos por donde hemos venido. Nos quedamos sin ver los huesos de Moa, pero igual volvemos un día, ahora que sabemos el camino...
El descenso a la “Bahía Dorada” es espectacular, al fondo el mar bañado por los últimos rayos de luz, a nuestras espaldas el parque nacional y por todos lados bosques y montañas cubiertas de Pongas.
Llegamos a Takaka, el último pueblo al norte de la isla sur. Lo tienen tomado los alemanes de turno, cuatro hippies y dos renegados norteamericanos. En 10 años se convertirá en el Tarifa del Pacífico.
Desde la playa de Pohara se puede divisar a un lado Nelson y al otro Ferwell Spit, paso fronterizo entre la Costa Este y Oeste.
Paseando por la playa nos encontramos con unos mejillones del tamaño del pie de Pau Gasol. Imagínate pegarle un mordisco a un mejillón grande como una mandarina, no se yo...
Volvemos a Takaka y decidimos pasar la noche en Kiwiana, un backpackers precioso del que nunca mas volveremos a saber.
Resulta que esa noche hay concierto en un bar del pueblo, nuevamente nos acercamos a ver que se cuece entre los locales.
Llegamos al bar en cuestión. Dentro suena a blues, padre é hija comparten mini-escenario, no lo hacen nada mal. En el porche conocemos a un inglés profesor de escuela y a una norteamericana quiropráctica y expatriada, lo normal por estos lares...
Dentro aguarda la bestia del Averno, Jules la dueña del Kiwiana.
El monstruo nos reconoce y se aproxima. A cada paso que da el suelo tiembla, la gente se aparta como empujados por una onda expansiva. Apesta a cerveza y observándola de cerca uno le puede confundir con la protagonista de Misery, solo que con un par de dientes menos.
La borrachera que lleva es considerable, si durante el día se mostraba fría y distante, ahora entrada ya la noche, se acerca tanto para hablarte que puedes distinguir entre los empates de metal y el sarro de sus muelas.
Nos presenta a sus dos amigas del alma, con decir que eran dos portentos de la naturaleza bastará. La noche gira en torno a las cuatro mismas historias de borracha contadas una y otra vez en el más claro ejemplo del “Manual del Buen Uso del Monólogo Circular del Borracho”.
Cuando la cosa empieza a ponerse tensa e insiste en llevarnos de camping con sus amigas, se nos pone cara de derrape y reculamos como los cangrejos. El barman ya no la fía así que la mala-bestia se desvanece entre las sombras y vuelve a su agujero. Se va a levantar con una resaca del demonio.
Dicho y hecho, al día siguiente Jules aparece a la hora del desayuno transformada nuevamente en la dueña del Kiwiana. La amnesia anterógrada es total, no se acuerda absolutamente de nada, pero en sus ojos se puede leer un sentimiento confuso y avergonzado.
Terminamos el desayuno y ponemos pies en polvorosa antes de que el recuerdo le golpee en la cabeza.
Kiwiana, nunca más....
Fotos: Megillón Gasol, Playa, Marahau 1, Marahau 2.
No hay comentarios:
Publicar un comentario