El Bosque de Tararua

8 de Junio

28km

A eso de la una llegamos Masterton y directos al DOC, allí nos informamos de las características del track y de la predicción metereológica para los próximos días. Todo en orden así que directos al bosque.

Mientras organizamos los macutos vemos como una figura emerge de entre los árboles y se cruza en nuestro camino, su cara nos es familiar... ¡Es Hans!, ¡El montañero de 75 años que nos encontramos el Heaphy Track!

El reconocimiento es mutuo así que conversamos durante un rato y nos ponemos al día, parece mentira pero ya han pasado cuatro meses desde nuestro primera incursión en el bosque neocelandés.

Hans sigue en forma, acaba de llegar de dos días caminando solo por la montaña. Dice que no puede pasar una sola semana sin subir y que de no ser así pronto acabaría “a dos metros bajo tierra”.

Como no llevamos mapa le preguntamos por la localización de los Huts y el estado del camino. El tío los recita de memoria como si fuesen los Reyes Godos. En cierta forma Hans ha sido lo más parecido que hemos tenido a un mentor y el hecho del reencuentro fortuito es de lo más reconfortante.

Tras unos nuevos consejos sobre como afrontar la exposición en las cumbres y de cómo caminar sobre la nieve nos despedimos no sin antes intercambiar teléfonos.

¿Nos volveremos a ver? Espero que si...

Esa noche dormimos en el Holdsworth Lodge y aprovechando que hay un pequeño hornillo nos ponemos hasta arriba de verduras al horno y solomillo asado.

Como llevamos casi un mes sin subir a la montaña, hemos adoptado la sana costumbre de hacer 100 abdominales y 100 flexiones antes de irnos a la cama. Con la emoción de estar de vuelta en el camino esa noche nos hicimos más del doble.

Si en algo se parece Nueva Zelanda a España es en que el hombre del tiempo nunca da en el clavo, esperábamos lluvia y hoy luce un pálido sol de invierno.

Nos ponemos a caminar sin saber muy bien que rumbo tomar, el Bosque de Tararua es un laberinto con multitud de posibilidades así que para variar habrá que improvisar. Llegamos a un cruce de caminos y tomamos el menos frecuentado (siempre es mejor ir al contrario de los demás, así tienes la sensación de estar solo en la montaña).

Los primeros 10 km pasan volando y pronto llegamos a dejar de lado el río y nos adentramos en el valle. Dos Rimus Gigantes obstaculizan el camino, parece ser que no resistieron la tormenta de ayer. Subimos, bajamos, subimos y volvemos a bajar, han pasado más de cinco horas desde que nos pusimos en marcha y el sol comienza a apagarse. El último tramo del camino es todo cuesta abajo y las rodillas empiezan a quemar, no hay nada peor que terminar el día cuesta abajo...

Llegamos al Mitre Hut, Hans lo construyó en los 80 en un claro cerca del río. El día ha sido muy largo y nuestra piernas se resienten, se nota que llevamos un mes de inactividad. Esa noche volvemos a nuestra dieta montañera a base de Noodles (¡ya los echábamos de menos!). Pasamos la noche leyendo, Carlos se está leyendo “ El Caso Watergate” y Miguel “Los Pilares de la Tierra”. El tiro de la chimenea no funciona muy bien y los dos olemos a chamusquina así que tras las flexiones y abdominales de rigor nos metemos el en saco exhaustos.

Esa noche un grupo de ratones del tamaño del puño de Mike Tayson se dedican a remolonear por todo el refugio en busca de las migajas de la cena. Son tas grandes que se puede diferenciar cuando pisan con las patas traseras o las delanteras. No nos dejaron en paz hasta el amanecer...

A la mañana siguiente al salir del saco Carlos parecía un mapache y Miguel Daryl Hannah en Blade Runner, ¡Menudas Ojeras!

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