El Cuchitril De Conrad

El Cuchitril De Conrad

Del 28 al 30 de Julio

Crónica de Sucesos

Hace un mes y dos semanas nos encontrábamos a 1400m de altura contemplando un hermoso bosque desde las alturas.Hoy se cumplen dos semanas desde que el director del Te Papa, el Museo de Nueva Zelanda, perdiese la vida en los bosque de Tararua. Por lo visto él y su compañera se desviaron del camino, la noche cayó sobre ellos y el gélido abrazo de la hipotermia les hizo caer en el sueño eterno. Fueron hallados a apenas 300m del hut.

Hoy se cumplen 20 días desde nuestra inmersión en la aventura del Taranaki. Hace exactamente un mes que el equipo de rescate de New Plymouth encontraba los restos de un Cessna 152 que había perdido el control en mitad de una tormenta en las inmediaciones del imprevisible volcán. El cuerpo inerte del piloto yacía en el interior de la cabina del aeroplano. Parece ser que los restos de la avioneta fueron descubiertos por un voluntario del equipo de rescate. Se trataba del padre del piloto.

En el corazón de la Isla Sur el General Invierno hace acto de presencia y los Alpes salen a su encuentro envueltos en sus vestimentas blancas, acicalándose en espejos color turquesa, haciendo caso omiso de nuestra presencia.

Un reventón de rueda me despierta de mi letargo onírico y me devuelve a la realidad. Estamos en Queenstown.

Una llamada de teléfono me regala una dirección. Conrad, un cuarentón de medio pelo nos espera en la falda de una pronunciada cuesta. Comienza a llover desesperadamente.

Según la conversación telefónica que tuvimos hace un par de semanas (y por la que accedimos a pagar una semana de fianza) la casa consta de un cuarto individual, un cuarto compartido con un koreano y otro cuarto ocupado por otra persona de cuya nacionalidad no me acuerdo. Cocina, baño, calefacción, secadora, internet y plaza de aparcamiento.

¿Pinta bonito verdad? Nada más lejos de la realidad.

Al segundo de aparcar un vecino se pone a gritar como un loco desde su ventana,¡Fuera de aquí! ¡Ahí no podéis aparcar!

La casa resulta estar habitada por un grupo de irlandeses borrachos, una pareja de japoneses de los de “no invadas mi espacio vital”, un coreano con el síndrome de Hikimori, un chileno clavadito a Poli Díaz y un grupo de personajes nocturnos a los que no les puedo poner cara. Bajamos al sótano, entramos en una habitación dividida por biombos de plástico de metro sesenta. Se supone que uno de los cubículos es la habitación individual, la compartida en cambio consta de dos camas separadas por una cortina de ducha. Al ver que una de nuestras camas aún sigue caliente y las sábanas hechas un ovillo Conrad sonríe y yo le devuelvo una mirada asesina a la que el responde con la frase de la semana: “Con un poco de suerte la que durmió aquí era una chica así que las sábanas todavía deben oler a ella...”.

En el baño, las ninfas de cucaracha juegan a los toboganes acuáticos sorteando grumos de pasta de dientes reseca y escondiéndose tras los botes de champú de los que brotan madejas de pelo húmedo. Esto me recuerda a Trainspotting
A eso de las 05:00 am conozco a mi compañero de cuarto (Si, me ha tocado la cama calentita...). Se llama Garth, pero perfectamente podrían haberle bautizado “Güis-Cola”. Parece ser que el pobre nació con un déficit de percepción auditiva, o eso, o no sabe que las cortinas de ducha no funcionan como aislantes sonoros.

Ya desayunando, comentamos la jugada de la noche anterior mientras una manada de no-muertos merodean por la cocina, son el resto de compañeros de piso.

Algo se arrastra por las escaleras del sótano, se encoge al cruzar el marco de la puerta y se muestra ante nosotros con una mueca que imita a una sonrisa. Es “Güis-Cola”, el pobre es una mezcla entre André El Gigante y un Troll de las Cavernas, solo que con las facciones faciales más limitadas si cabe. Mientras se enciende un pitillo emite un sonido gutural, que interpretamos como disculpa y acto seguido se da la vuelta rascándose la espalda poniendo rumbo a su madriguera.

Los dos siguiente días los pasamos buscando piso como locos haciendo uso del periódico local. La mayoría de los pisos estaban ya cogidos, pero nos dio tiempo a ver un par que extrañamente aún tenían cuartos disponibles: Un viejo colegio en mitad de la montaña reformado en hostal. Al entrar el dueño pone una cara burlona y eso me hace dudar, ya no me fío de nadie. El caso es que el muy desgraciado tiene que hacer uso de su teléfono móvil para entrar en las habitaciones ya que las ventanas han sido sustituidas por placas de Corchopán y por supuesto no hay bombillas. Nos pide dos meses de fianza y setenta euros a las semana, las mantas nos las deja gratis. Casi le escupo en la cara...

Mientras salimos de la “yonkada” una imagen recurrente ronda mi mente: “Dos españoles envueltos en barro cavan un agujero en la parte de atrás de una choza mientras una sonrisa burlona yace inconsciente en el suelo”.

Esa misma tarde y tras un par de intentos fallidos damos con lo que parece ser la casa ideal, un piso compartido con dos parejas de ingleses a las afueras del pueblo y junto al lago. Mientras esperamos a que llegue la hora de la visita (ya hemos estado rondando el lugar para cerciorarnos de que no hay gato encerado) aprovechamos para comprar nuestro equipo de nieve, de segunda mano por supuesto y de lo más baratito, que para hacer el loco basta con poco...

(La visita al piso merece un apartado aparte, así que demos un salto en el tiempo unas cuantas horas más tarde...)

El plan es el siguiente, salir del agujero de Conrad y recuperar nuestro dinero a toda costa. Nuestro modus operandi es el siguiente, alcanzar el objetivo mediante inundación de pensamientos hasta conseguir el consentimiento deseado sin permitir tiempo alguno de reacción. Vamos, que le contamos la película de que un familiar había tenido un accidente tremendo y teníamos que volver a Christchurch al día siguiente.

(En la cocina de Conrad Carlos sorbe de su taza mientras Miguel mira fijamente al infinito con cara de afligido).

Veinte minutos de actuación y parece que ha mordido el anzuelo. Todo va de perlas hasta que Conrad cae en la cuenta de que su hermana es enfermera en el hospital de Christchurch y puede informarnos sobre el estado de los familiares de Carlos... (El tiempo se de tiene y nuestras caras se tornan del color de la harina) ¡Qué hace un personaje como éste con una hermana enfermera! ¡Y encima en Christchurch!.

Mientras Conrad marca los números en el teléfono yo le doy las gracias por su esfuerzo al mismo tiempo al que miro a Carlos pidiéndole que piense algo rápido porque le va a tocar contarle la peli a una enfermera del hospital donde supuestamente han atendido a sus prima.

La llamada dura más de cinco interminables minutos, yo sigo mirando intermitentemente a Conrad y al infinito, a Conrad y al infinito....Carlos parece mentalizado.

Al final Conrad cuelga el teléfono y nos mira fijamente a los ojos en silencio. Nosotros le devolvemos la mirada sin igualmente fría. Por lo visto su hermana ha librado ésta semana y no tiene forma alguna de saber que ha pasado. ¡Misión cumplida! ¡Nos hemos safado!

Acompaño a Conrad a su casa para ajustar las cuentas y quedar en paz mientras Carlos sigue inmerso en su papel de preocupado.

Un possum despistado bajo la luz de una farola dilata involuntariamente las pupilas y se queda petrificado ante la sorpresa de dos figuras alargadas que caminan en su dirección. Conrad sale corriendo en pos del marsupial como un adolescente que todavía no controla las dimensiones de sus extremidades y como es de esperar, no le da caza. Por lo visto en su juventud se dedicaba a agarrarles del rabo y darles vueltas hasta que los pobres bichos perdían el conocimiento. A día de hoy todo lo que vaya más allá de utilizar el pulgar para encender el mechero supone un acto de pericia para el amigo Conrad, tus días de gloria acabaron.

El método Stanislavski hizo tal mella en nosotros durante la actuación con Conrad que nos pasamos el resto de la noche comentando nuestra preocupación con “Güis-Cola”, Poli Díaz, los no-muertos y el resto de la fauna de la casa, salvo por el coreano del Hikimori que como era de esperar se mantuvo a salvo en su burbuja asocial.

Fotos: Abrázame 1-2, Miguel 1-3, Vistas desde Coronet Peak 1-3.

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