Nuestra segunda vez en Whakatane (que se pronuncia fakatane). Ya habíamos parado allí cuando fuimos de la Costa Este hasta la Península de Coromandel. Aquella vez no nos entretuvimos mucho, pero esta vez sería diferente. Teníamos otro volcán en la mente. Un volcán también activo, más que cualquier otro en el que hayamos estado anteriormente.
Dependíamos del tiempo y del mar para hacer nuestra incursión. Llegar a White Island no es cosa fácil. Éste nuevo volcán es el único volcán marino activo de Nueva Zelanda. No se ve desde la costa y debes coger un barco y pasar una hora y media dando botes hasta acercarte lo suficiente a ella como para poder desembarcar en su cráter.
Había estado lloviendo todo el día anterior y no confiábamos en que pudiéramos ir a la mañana siguiente. Los del barco se comprometieron a avisarnos a las ocho de la mañana para cerciorarse de que iba a ser posible la salida. A las ocho y media seguíamos durmiendo en la cama esperando la señal cuando de repente... ¡chavales, el barco sale a las nueve y cuarto!
No nos acordamos muy bien de cómo acabamos en el puerto esa mañana... nos habíamos duchado y vestido semi-inconscientes y teníamos algo de hambre. Comimos unas manzanas, unos plátanos y unas peras que teníamos en el coche y nos subimos al barco un poco más espabilados. Antes de nada nos hicieron firmar unos papeles en los que nos advertían de los peligros que entrañaba la aventura y asumíamos la responsabilidad de ir a aquel lugar.
El mar estaba revuelto y el cielo encapotado, pero no hacía ni viento ni llovía. Dejamos Whale Island al Oeste cuando poco después vimos unos delfines saltado sobre las olas a pocos metros del barco. Nadie más se percató de su inesperada aparición. Se esfumaron tan rápido como llegaron mientras nosotros manteníamos el rumbo. Nos dieron unas tostadas con mantequilla y una sopa caliente para aguantar el tirón. Pronto apareció la silueta de la isla en el horizonte. Se alzaba siniestra y majestuosa al mismo tiempo. Fue el capitánCook quien la descubrió y la puso el nombre. A medida que nos acercábamos se hacían visibles las columnas de vapor que brotaban de su interior y su color blanquecino que recordaba al hueso viejo deteriorado a la intemperie.
Llegamos a una pequeña bahía resguardada del embravecido mar. Una vez anclado el barco se repartieron los cascos y las máscaras de gas, subimos a bordo de una pequeñazodiac y nos dirigimos a la costa. El paisaje era desolador. Te daba la impresión de estar en otro planeta. Nos advirtieron una vez más de los peligros que entrañaba estar en aquel lugar y comenzamos a caminar por la isla. Ríos de ácido a elevadastemperaturas manaban del suelo emitiendo vapores con olor a azufre. Allí hay piedras que están a más de 300ºC y ácidos cercanos a PH cero. Chimeneas enormes emitían aire a presión en todas direcciones y la lluvia ácida hacía acto de presencia abrasandote los ojos, obligándo a protegerte con las gafas de sol.
Estábamos caminando por el interior del cráter de un gigantesco volcán submarino... en realidad eran tres cráteres en uno, restos de antiguas erupciones. La última gran erupción tuvo lugar el 19 de Febrero del 2001 y en la actualidad la actividad de la isla estaba incrementando de nuevo. No hacía frío allí sino más bien todo lo contrario. En el suelo se abrían pequeños cráteres de pocos metros de diámetro en los que hervía el agua, el ácido y el barro como si de una olla se tratase... El suelo era muy frágil, las pisadas fuertes lo hacían vibrar con fuerza, debido a las bolsas de gas bajo la superficie. Por fin llegamos al borde de un gran cráter del que brotaban inmensas cantidades de vapor. En su interior se cocían ácidos en los que sólo duraríamos unos segundos vivos. Su color era de un verde tan intenso que dolía a la vista... verde como unsubrayador fluorescente. En constante ebullición parecía sacado de una película de ciencia ficción.
Volvimos al barco al cabo de un par de horas admirando la variedad de colores que se podían ver en el interior del colosal cráter que da forma a la isla. El intenso color amarillo del azufre resaltaba sobre los demás, pero también se veían infinidad de tonos de rojos, rosas, morados y verdes además del dominante blanco cenizo.
Han intentado explotar los recursos naturales de la isla en diversas ocasiones, todas fútiles. En ocasiones la fábrica explotó, en otras quedó enterrada en cenizas, una vez el encargado desapareció y solo se encontraron sus botas de goma al borde de un cráter. Lasexplotaciones nunca resultaron ser rentables y al final se vendió la isla a la familia que aún la posee. En cualquier caso allí quedan los restos de las paredes y las máquinas de una fábrica de extracción de azufre.
Los maorís, intrépidos marineros, acudían periódicamente a la isla para cazar un ave muy preciada y escasa. Fueron ellos los que introdujeron la rata polinesia a la isla para cazarla y comérsela.
En torno a las dos y media ya estábamos de vuelta en Whakatane no pudiéndonos creer dónde habíamos estado. Nos dieron de comer en el camino de vuelta. Afortunadamente habíamos conseguido salir enteros de la isla.
Fotos: Puerto de Whakatane 1-2, White Island
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